Algunos relatos históricos o crónicas se regodean cuando le viene la mala fortuna a un hombre poderoso que ha caído de la gracia. Aun en los textos religiosos, cuando bastaría con suponer que al personaje le espera un castigo eterno, hay cierta delectación en verlos sufrir en vida.
Herodes fue hombre poderoso y ruin. Entre sus fechorías estuvo la de mandar matar a los inocentes de Belén. Su muerte, según los Hechos de los Apóstoles, se dio cuando “le hirió el Ángel del Señor porque no había dado la gloria a Dios; y convertido en pasto de gusanos, expiró”. Flavio Josefo se alarga y deleita con esta muerte. “Se le produjeron úlceras en los intestinos, tenía dolores tremendos en el recto, y en los pies se le formaron ampollas con un líquido translúcido… el pene se le pudrió y se le infestó de gusanos… sufría convulsiones en todos los miembros.”
La Biblia, para ser exactos, Jueces 3, narra con detalles crudos el asesinato del obeso rey de Moab. “Entonces alargó Aod su mano izquierda, y tomó el puñal de su lado derecho, y se lo metió por el vientre, de tal manera que la empuñadura entró también tras la hoja, y la gordura la cubrió por entero, porque Aod no sacó el puñal de su vientre; y salió el estiércol”.
Arrio fue un hombre amoroso de Dios, pero lo amaba de una manera que se volvió poco ortodoxa y hereje, pues decía que el Hijo no era divino. Durante el Primer Concilio de Nicea, le echaron montón y dejaron clara y lógicamente establecido el asunto de que el Hijo fue engendrado, no creado. Entonces desde los cielos condenaron a muerte al pobre de Arrio, pero no cualquier muerte. Cuando fue a la letrina a “hacer lo que otro no pudiera hacer por él”, Dios le vació las entrañas.
Más antiguamente, Heródoto había escrito sobre Creso, rey de Lidia, hombre de gran poder que presumía su dicha y sus riquezas. Así como alguna mujer preguntó al espejito sobre su belleza, él cuestionó al sabio Solón sobre su felicidad. “¿Soy acaso el hombre más dichoso del mundo?” Aunque Solón lo mira en la cumbre del poder, le dice: “En el largo tiempo de una vida uno tiene ocasión de ver muchas cosas que no quisiera y de padecer también muchas otras”. Creso se acordará de Solón cuando Fortuna haga girar la rueda y se encuentre derrotado y a punto de ser quemado vivo.
Hay que buscar en un mapa la isla Santa Elena para comprender la desgracia de Napoleón Bonaparte, donde fue recluido en un sitio plagado de ratas y disentería, y donde, en vez de hacer la guerra, jugaba al veintiuno. Ahí murió a los cincuentaiún años, diciendo que habría vivido hasta los ochenta “si no me hubiesen traído a esta maldita isla”.
Pocas imágenes representan tan claramente la caída desde el poder hasta la ignominia como la de Benito Mussolini. Junto a su “joven amante”, para más inri. Si bien en una de las biografías del dictador podemos leer que a ella “un sacerdote caritativo le había atado las faldas para que, al balancearse boca abajo, no expusiera demasiado de sus encantos al público estridente y cruel”. La prensa habla de que muchedumbres desfilaban frente a los cadáveres para insultarlos, escupirles y arrojarles piedras. Antes de que los colgaran, el cadáver yacía “en medio del lodo en la Piazza Loreto” y “la enorme cabeza rasurada y las sueltas mandíbulas carnosas del caído Duce, reposan sobre el pecho de su amante”.
El 25 de diciembre de 1989 fueron ejecutados Nicolai Ceaușescu y su mujer. Un locutor de radio dijo: “Oh, qué maravillosa noticia en esta tarde de Navidad”. Y para otros, su muerte por fusilamiento fue poco castigo. “Hubiese querido que muriera lentamente y sufriendo tanto como nosotros hemos sufrido”, dijo un periodista.
No sé qué piensen los enemigos de Muamar el Gadafi sobre su muerte, sodomizado con una bayoneta; pero ciertamente hay una tradición de gente en el poder que disfruta imponiendo muertes sufridoras a sus rivales, y de vez en cuando la vida se desquita, tal como se desquitó con Robespierre o con Lavrenti Beria.
De este último, la imagen del hombre desolado rogando porque le perdonaran la vida, es lo más disfrutable, para quienes lo disfruten. Sin duda lo disfrutaron los rusos, que celebran lo que les manden celebrar. “Miles de ciudadanos soviéticos celebraron reuniones de masas en las fábricas, oficinas y escuelas, y en las granjas colectivas para expresar su profunda satisfacción por el proceso y fusilamiento del exjefe de la policía secreta”. Y por cierto, su predecesor, Nikolái Yezhov, también fue ejecutado, y el predecesor de éste, Guénrij Yagoda, lo mismo fue ejecutado.
Habrá más ejemplos de muerte innoble de la gente caída en desgracia. Sin embargo, son más los casos en que estas personas llegan hasta el límite de sus días, justificándose a sí mismas, aplaudidas por sus cómplices y partidarios y claque, rodeadas de médicos que buscan alargarles el tiempo de compensación, sin castigos divinos ni humanos, sin gusanos ni estiércol, y apenas abandonándose al juicio de una historia que nunca habrán de conocer. ~